Soy la misma persona del año pasado, maldita sea
Reflexiones sobre la inseguridad y estar crónicamente online
Enero 3, 2025
Soy exactamente la misma persona que era a inicios del año pasado. Con más información y herramientas, por supuesto, pero la misma persona. Sigo siendo igual de insegura y me sigue importando la opinión de los otros más de lo que debería. Me dio un poco de pena darme cuanta de esto mientras hacía el análisis de mi año. Pucha, ¿tanto esfuerzo para no haber cambiado? Aunque tampoco quiero hacer de cuenta que todo lo aprendido no valió de nada. Este año me permití explorar, experimentar y reflexionar acerca de mis patrones de pensamiento. Me sinceré conmigo misma, admitiendo que todavía tengo adicción a las compras y es algo que necesito trabajar como máxima prioridad. Es por eso que comencé este 2025 un No Buy challenge.
Por si no conocés el concepto, te voy a dejar este canal de Youtube que habla del tema y que comencé a seguir en Diciembre y me viene encantando. Es un canal sin sponsoreo y muy honesto, que me estuvo haciendo pensar mucho en estos últimos días. Este otro canal también. Ambos 2 son ahora 2 de mis favoritos para mi camino hacia una vida menos consumista.
Desde que dejé las redes por allá en Mayo, volví 3 meses después y finalmente volví a dejarlas, mi algoritmo de YouTube se transformó por completo y todas mis recomendaciones y canales seguido son sobre minimalismo y underconsumption (con algunas excepciones de entretenimiento como Martin Cirio :P).
Hace ya meses que no veo contenido de influencers, y como ya no paso tiempo en redes tampoco estoy expuesta a anuncios (y tengo YT premium, así que por ese lado tampoco). Cuando les digo más arriba que soy una persona insegura y que tiene demasiado en valía la opinión de los demás, es porque desde que me alejé de todo este mundo no tengo la más puta idea de qué cosas realmente me gustan ni tampoco puedo tomar decisiones sin antes tener a alguien que me las valide — sea un influencer, una marca o chat GPT. No confío en mi criterio para tomar las mejores decisiones para mi misma porque quien soy ha estado todo este tiempo siendo dictado por un tercero. Mi forma de vestir, el maquillaje que uso (si uso), el skincare que elijo, los programas de edición de texto que uso, cómo decoro mis journals, si uso agenda o bullet journal y hasta lo que como.
Se que suena muy triste, y van a haber quienes se rían de lo que leen y piensen que a ellos no les pasa. Pero te juro que no hay chance de que no te pase a vos también en alguna medida, y como dice el dicho... no hay peor ciego que quien no quiere ver.
No soy de esas personas que despotrican contra el capitalismo porque en cierto punto lo banco. Tampoco soy ambientalista ni demonizo las marcas de fast fashion ni las prendas de tela sintéticas. Si el año pasado me enseñó algo es que no me sientan bien los extremos, y que no busco competir con los demás por ser la persona más moral del planeta. Me gusta habitar los grises y aceptar mis contradicciones, aprendiendo de ellas. Acá no voy a venir a renegar del dinero, ni de la meritocracia ni lo inconsciente que es la gente1.
Pero sí he vivido en carne propia las consecuencias de no ponerme sanos límites, de dejarme llevar por los mensajes marketineros y hacerle hombritos a los gastos innecesarios pensando que ir de shopping era mi terapia. Girl math~ YOLO~
A veces me mortifica pensar en todo lo que podría haber hecho y ahorrado de no haberme metido a comprar ropa como loca en mis primeros años laborales. Me mortifica porque tengo 33 años y siento- perdón, ESTOY arrancando de cero2. Tengo amigos y conocidos que ya compraron una casa propia o tienen inversiones, y yo acá, viviendo paycheck to paycheck porque me negué todos estos años a ser mi propia adulta y entender que no puedo tenerlo todo. No porque no me lo merezca o no piense en abundancia, sino porque no puedo gastar 130 si tengo 100. Y si quiero ahorrar tampoco puedo gastar los 100, tengo que gastar 70.
Toda esta ropa, ¿para qué? Para darme cuenta un par de años más tarde que compré la gran mayoría para armar looks imposibles e incómodos para Instagram. Para después darme cuenta que cuando nadie me veía ni me iba a fotografiar, me ponía una calza biker y una remera oversized. O para darme cuenta que ya no me interesa tanto mezclar estampados y prefiero una única prenda que me vista y no tenga que pensar en combinaciones. ¡Qué aburrido es hacer styling! Nada me da más pereza que pensar en usar la misma prenda de diversas formas. No me interesa que mi armario sea versátil y que todo combine con todo, porque siempre uso las mismas combinaciones; es lo que me gusta y me da paz. Ya no me divierte jugar con la ropa.
Esta no es una realization que tuve hace poco tiempo. Desde que dejé mi carrera como diseñadora de indumentaria me fui desenamorando lentamente de la moda3. Al principio solo dejé la profesión, después las redes (que era el único lugar donde mi pasión por la moda se mantenía vigente) y ahora en mi vida offline.
Es muy interesante lo que pasa cuando te convertís en todo eso que solías criticar. Recuerdo que antes era muy devota de la frase "antes muerta que sencilla", sintiéndome superior y única, una pick-me girl de la modernidad. Hoy en día no me puede dar más cringe, y si alguien se siente mejor que yo porque ahora soy más básica para vestirme, allá ella, ¡hasta me da pena!
Me sigue gustando vestirme, pero no es una prioridad en mi vida. Ya no elijo la ropa en base a si me van a sacar una foto o no. Tampoco creo que vaya a elegir outfits incómodos para viajar como he hecho en otras ocasiones. Probablemente termine llevando mucha menos ropa en la valija de lo que solía hacer previamente.
Vivir crónicamente en internet (o como se dice en inglés "being chronicallly online") me volvió una obsesiva de querer controlar mi narrativa. Que me vean como una chica progre, que siempre está del lado bueno de la historia, que siempre viene a aportar valor y siempre se presenta polished, aesthetic, como que tiene todo resuelto, de punta en blanco.
Tan obsesionada estuve con el control de mi narrativa, que todavía me cuesta horrores presentarme en este espacio como alguien imperfecto, que todavía no terminó de hacerse, que va y viene, porque lo que estamos acostumbrados a ver es a la persona que ya logró lo que nosotros queríamos sin ver ni un ápice de ese proceso muchas veces doloroso, desordenado y contradictorio por el que pasó.
Me da calor pensar que alguien que me conoce hace 3 años piense que fracasé en mi camino a ser más minimalista, que al final no me curé de mi adicción a las compras, que fui una farsante en mi podcast. Como si el único resultado válido fuera el éxito, como si no supiera que de los errores se aprende y que siempre se sale aprendiendo algo valioso cuando uno se equivoca.
Es este el camino que transito ahora. El de redescubrirme después de haber desenchufado el cable del culo. ¿Quién soy cuando nadie me mira? ¿Qué es lo que realmente me gusta y resuena conmigo?
Como siempre, no tengo respuestas para todas estas preguntas, pero espero que quieras acompañarme en el camino de intentar responderlas.
¡Que tengas un maravilloso 2025!
Flor.
Bueno, de esto último un poquito quizás sí.
Esto se lo dedico especialmente a las girlies que sienten que los 30 es ser wow adulto y tenés la vida resuelta. Nada más lejos de la realidad.
¿Les gustaría que les cuente esta historia?
Gracias por las recomendaciones de canales de YouTube, estoy en proceso de aprender a tener una vida más minimalista y me vienen de lujo 🥰
René Girard distingue entre deseo físico y deseo metafísico o mimético. Si te querés comprar un vestido para que te tape cuando hace frío o sea fresco cuando haga calor o para ser la clase de persona que usa ese vestido. Girard dice que miramos alrededor para ver qué es lo que hay que hacer, y nota que este proceso opera tanto positiva como negativamente. Hatear lo que está de moda no es más auténtico o independiente que conformar porque esas decisiones se toman en base a lo que dicen sobre vos y no sobre el objeto de deseo en sí mismo. Si uno repudia cierta forma de ser o de vestir, eso funciona como publicidad para esa forma de ser o de vestir, porque lo marca como algo que la clase de persona que sos, sea la que sea, no le gusta.
Puesto así parecería que el deseo físico es superior o “más verdadero” al metafísico y mimético, pero Girard dice que no necesariamente. Es ambivalente con respecto a eso primero porque atrás de los deseos metafísicos suele haber deseos físicos escondidos, y segundo porque no hay un deseo intrínseco al ser, que sea más “verdadero” o trascendente, porque no hay un ser que sea el verdadero y trascendente. Esto está emparentado con la máxima del existencialismo, lo de que se es en el mundo antes de que esté definido que es eso que es.
Si hay una ventaja de estar atento a la aparición de deseos metafísicos sería un agregado de Emmanuel Levinas, que el deseo metafísico no puede ser satisfecho, desea más allá de todo lo que es capaz de simplemente completarlo. Cualquier deseo se vuelve absoluto si el ser que lo desea es mortal y lo deseado es invisible. Pero Girard dice que, lejos de ser una aberración de caracter, el deseo mimético es lo que define a los humanos.